
La historia de Sakic se entrecruza con la irrupción nazi en Yugoslavia en 1941 que daría el poder en Croacia al partido Ustashe, una organización nacionalista y pro-nazi que enseguida ordenó la detención, expulsión o asesinato de serbios, judíos y anti-fascistas croatas. El por entonces jovencísimo Dinko Sakic fue escalando en el organigrama del partido, a golpe de gestos de lealtad y entusiasmo respecto a las políticas del líder croata Ante Pavelic...
En 1944, Sakic se hizo cargo del campo de Jasenovac, al sureste de Croacia. Jasenovac era un conglomerado de instalaciones puestas al servicio de la aniquilación. Un verdadero infierno que el comandante nazi se encargó de mantener a llama viva durante el tiempo que le tocó dirigirlo. Los supervivientes de aquello recuerdan a Sakic mirando al horizonte a lomos de un caballo blanco, vistiendo un uniforme negro impoluto, calzando botas brillantes y portando con orgullo su inseparable látigo.
Pero si Sakic se distinguió por algo fue por ir más allá de la aburrida burocracia. Se remangó su aseada camisa y tomó partido en muchas de las ejecuciones disparando, por ejemplo, a varios prisioneros simplemente por el hecho de sonreír. Desgraciadamente, la sonrisa parecía estar prohibida en su campo, no así el sufrimiento y el martirio. Hombres, mujeres y niños eran asesinados por verdugos que empleaban martillos, hachas o cuchillos diseñados especialmente para cortar cuellos. Dinko Sakic ordenó ejecuciones, dejó morir de hambre o de agotamiento a los prisioneros, los torturó con sopletes; a otros los ahorcó y los dejó colgados durante días. Su brutalidad llegó a tal límite que impresionó a los imperturbables oficiales nazis que visitaban regularmente el campo de concentración.
Cincuenta años después de aquel genocidio, Sakic disfrutaba de una vida más que apacible en la localidad de Santa Teresita (Argentina). Como otros muchos oficiales nazis, el croata había huido a tierras sudamericanas poco antes de que el III Reich cayera en manos de los aliados. A miles de kilómetros de su localidad natal se había fraguado una carrera en el sector textil y apuraba, con sosiego, la última etapa de su vida. Se le podía ver de vez en cuando arreglando el jardín, o dando largo paseos con su esposa, también croata; y también nazi como él.
Incompresiblemente, durante más de medio siglo Sakic había sorteado a la razón sin ocultarse a sí mismo, a su mujer o a su oscuro pasado. Es más, había establecido alianzas con antiguos notables del fascismo en Argentina y Paraguay, entre ellos, el mismo Pavelic. Incluso, aprovechando los convulsos y confusos años posteriores a la independencia croata de Yugoslavia en 1991, Sakic alabó públicamente el régimen Ustashe y su labor durante la II Guerra Mundial.
Sin embargo, a finales de los 90, todo pareció ponerse en orden para que la justicia irrumpiera en la placentera vida del verdugo nazi. Sakic concedió gustoso una entrevista a una televisión argentina en la que, a medio camino entre la demencia y la vanidad, confesó su rol de comandante en Jasenovac, asegurando que todas las muertes que allí se produjeron habían sido debidas a causas naturales. La entrevista trascendió y el caso Sakic tuvo enormes implicaciones, hasta el punto de suponer una prueba de fuego para el presidente croata Franjo Tudjman que por entonces trataba de mantener un difícil equilibrio entre el hirviente nacionalismo (que coqueteaba con los antiguos pro-fascistas croatas) y la apertura del nuevo país a Occidente. Tudjman decidió finalmente pedir la extradición de Dinko Sakic que fue juzgado y condenado por crímenes contra la humanidad a 20 años de prisión, la máxima pena aplicable.
Se dice que al conocer el veredicto el croata aplaudió burlonamente, quien sabe si cautivo de una locura de la que nunca se llegaría a lamentar.
Dinko Sakic, comandante nazi, nació en Studenci (actual Bosnia) el 8 de septiembre de 1921 y falleció en Zagreb (Croacia) el 21 de julio de 2008.
2 comentarios:
que se pudra en el infierno
Lástima que sólo se haya pudrido en la carcel por 9 años
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