04 agosto 2008

DINKO SAKIC
Carcelero del 'Auschwitz croata'

Dinko Sakic, fallecido el pasado lunes a los 86 años, nunca se arrepintió de los miles de asesinatos, vejaciones y torturas que orquestó como comandante del Auschwitz de los Balcanes, el mayor y más siniestro de cuantos campos de concentración nazi cubrieron suelo croata durante la II Guerra Mundial. En ese lugar, llamado campo de Jasenovac, murieron decenas de miles de personas (algunas estimaciones hablan de hasta 600.000 víctimas) entre serbios, judíos y gitanos. En varias ocasiones, el criminal de guerra confesó que volvería a repetir sus acciones y que su conciencia estaba muy tranquila: "Duermo como un bebé", aseguraba.
La historia de Sakic se entrecruza con la irrupción nazi en Yugoslavia en 1941 que daría el poder en Croacia al partido Ustashe, una organización nacionalista y pro-nazi que enseguida ordenó la detención, expulsión o asesinato de serbios, judíos y anti-fascistas croatas. El por entonces jovencísimo Dinko Sakic fue escalando en el organigrama del partido, a golpe de gestos de lealtad y entusiasmo respecto a las políticas del líder croata Ante Pavelic...



En 1944, Sakic se hizo cargo del campo de Jasenovac, al sureste de Croacia. Jasenovac era un conglomerado de instalaciones puestas al servicio de la aniquilación. Un verdadero infierno que el comandante nazi se encargó de mantener a llama viva durante el tiempo que le tocó dirigirlo. Los supervivientes de aquello recuerdan a Sakic mirando al horizonte a lomos de un caballo blanco, vistiendo un uniforme negro impoluto, calzando botas brillantes y portando con orgullo su inseparable látigo.
Pero si Sakic se distinguió por algo fue por ir más allá de la aburrida burocracia. Se remangó su aseada camisa y tomó partido en muchas de las ejecuciones disparando, por ejemplo, a varios prisioneros simplemente por el hecho de sonreír. Desgraciadamente, la sonrisa parecía estar prohibida en su campo, no así el sufrimiento y el martirio. Hombres, mujeres y niños eran asesinados por verdugos que empleaban martillos, hachas o cuchillos diseñados especialmente para cortar cuellos. Dinko Sakic ordenó ejecuciones, dejó morir de hambre o de agotamiento a los prisioneros, los torturó con sopletes; a otros los ahorcó y los dejó colgados durante días. Su brutalidad llegó a tal límite que impresionó a los imperturbables oficiales nazis que visitaban regularmente el campo de concentración.
Cincuenta años después de aquel genocidio, Sakic disfrutaba de una vida más que apacible en la localidad de Santa Teresita (Argentina). Como otros muchos oficiales nazis, el croata había huido a tierras sudamericanas poco antes de que el III Reich cayera en manos de los aliados. A miles de kilómetros de su localidad natal se había fraguado una carrera en el sector textil y apuraba, con sosiego, la última etapa de su vida. Se le podía ver de vez en cuando arreglando el jardín, o dando largo paseos con su esposa, también croata; y también nazi como él.
Incompresiblemente, durante más de medio siglo Sakic había sorteado a la razón sin ocultarse a sí mismo, a su mujer o a su oscuro pasado. Es más, había establecido alianzas con antiguos notables del fascismo en Argentina y Paraguay, entre ellos, el mismo Pavelic. Incluso, aprovechando los convulsos y confusos años posteriores a la independencia croata de Yugoslavia en 1991, Sakic alabó públicamente el régimen Ustashe y su labor durante la II Guerra Mundial.
Sin embargo, a finales de los 90, todo pareció ponerse en orden para que la justicia irrumpiera en la placentera vida del verdugo nazi. Sakic concedió gustoso una entrevista a una televisión argentina en la que, a medio camino entre la demencia y la vanidad, confesó su rol de comandante en Jasenovac, asegurando que todas las muertes que allí se produjeron habían sido debidas a causas naturales. La entrevista trascendió y el caso Sakic tuvo enormes implicaciones, hasta el punto de suponer una prueba de fuego para el presidente croata Franjo Tudjman que por entonces trataba de mantener un difícil equilibrio entre el hirviente nacionalismo (que coqueteaba con los antiguos pro-fascistas croatas) y la apertura del nuevo país a Occidente. Tudjman decidió finalmente pedir la extradición de Dinko Sakic que fue juzgado y condenado por crímenes contra la humanidad a 20 años de prisión, la máxima pena aplicable.
Se dice que al conocer el veredicto el croata aplaudió burlonamente, quien sabe si cautivo de una locura de la que nunca se llegaría a lamentar.

Dinko Sakic, comandante nazi, nació en Studenci (actual Bosnia) el 8 de septiembre de 1921 y falleció en Zagreb (Croacia) el 21 de julio de 2008.



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STAN WINSTON
El gurú de los efectos especiales

El universo de Stan Winston, maestro de los efectos especiales fallecido el domingo en su casa de Malibú a los 62 años, está habitado por todo tipo de criaturas de otras épocas y lugares. Hay dinosaurios hambrientos, capaces de perseguir hasta la extenuación a todos aquellos incautos que se atrevan a visitar su Parque Jurásico. Hay también un joven, sensible y enamoradizo, pero con dedos cortantes en forma de tijeras que le impiden acariciar a su amada. Se llama Eduardo Manostijeras. Con él también conviven androides de un futuro no muy lejano, los Terminator. Los hay forzudos e irrompibles, con gusto por las gafas de sol, las chupas de cuero y las motos de gran cilindrada. Pero los hay aún más siniestros, capaces de adoptar todo tipo de formas gracias al material semi-líquido del que están hechos. Por allí corretean también un oso de peluche de Inteligencia Artificial e incluso superhéroes de corazas llamativas como Iron Man. Pero, sin duda, las más malvadas de todas son unas criaturas con dobles mandíbulas, saliba corrosiva y aspecto amenazador conocidas como Aliens...



Todos estos inolvidables actores cobraron vida en algún momento bajo la dirección de ilustres de Hollywood como Steven Spielberg, James Cameron o Tim Burton. Con ellos colaboró Stan Winston en las últimas tres décadas, aportando innovación en cada película y dando muestras de sus dotes artísticas con los efectos especiales, visuales y de maquillaje. Winston evolucionó con el cine y viceversa, sobre todo viceversa. El cine se fue entendiendo de manera distinta a medida que Winston introducía en sociedad a sus nuevas criaturas. Así, muchas de las últimas y más aclamadas superproducciones se han nutrido de la creatividad de este maestro de los efectos que hacía verdaderas virguerías con sus marionetas mecanizadas, los Animatronics intérpretes de cartón-piedra dirigidos por control remoto–. De cómo estas marionetas llegaban a sorprender, enternecer y aterrorizar a los espectadores tenían la culpa, casi a partes iguales, la tecnología y la capacidad artística del propio Winston, que siempre daba una vuelta más de tuerca a sus criaturas para ofrecer a sus exigentes directores lo que el guión demandaba. De hecho, Winston siempre reconoció que su éxito no residía tanto en la técnica y los artificios como en las historias y personajes que había detrás.
Se graduó en Bellas Artes por la Universidad de Virginia y, aunque al principio se sintió atraído por la profesión de actor, sus primeras experiencias plásticas en los estudios Disney le despertaron el gusto por la animación y los efectos visuales.
En 2001, Winston obtuvo una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood. A lo largo de toda su carrera logró cuatro Oscar: tres bajo la dirección de James Cameron –uno por Alien, el octavo pasajero (1986) y otros dos por Terminator 2: El juicio final (1991)– y uno más por Parque Jurásico (1993) a las ordenes de Steven Spielberg. Éste, que reconocía la importancia que para su carrera tuvo la labor de Winston, recordaba que su mundo no podría haber sido el mismo sin Stan, para quien «nada era imposible».
En una industria cinematográfica que cada vez se apoya más en los efectos especiales, se puede afirmar que toda una generación de diseñadores visuales y especialistas en diseño animatrónico y maquillaje han crecido y aprendido al lado de Winston.
Es el legado de este artista, creador de un universo fantástico al que sólo el cine, y muy de vez en cuando, consiguió asomarse.

Stan Winston, especialista en efectos especiales, nació el 7 de abril de 1946 en Arlington (Virginia, EEUU) y falleció en Malibú (Los Ángeles) el 15 de junio de 2008.


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J. R. SIMPLOT
El rey Midas de las patatas congeladas

Patatas fritas, patatas moldeadas, patatas búfalo, patatas baby, puré especial de patatas... John Richard Simplot (o J.R. como se le conocía, no sin cierta sorna, en el mundillo empresarial) ofrecía a sus clientes casi tantas variedades de patatas congeladas como recetas de gambas conocía Bubba, el inagotable compañero de aventuras de Forrest Gump.
El dueño del mayor emporio de alimentos vegetales precocinados de Estados Unidos falleció por causas naturales a la edad de 99 años.
«Nunca fue tan fácil ofrecer a nuestros clientes el sabor casero que tanto ansiaban. Empleamos patatas de altísima calidad que pelamos y cocemos. Sólo hay que calentar y servir, así de práctico», se promete al cliente en el envoltorio de las Classic Mashed Potatoes. Ese sentido práctico del que impregnó a sus productos es precisamente la característica que mejor define la personalidad empresarial de Simplot y, probablemente, la mejor forma de explicar cómo un imberbe que a los 14 años dejó la escuela se convirtió años después en uno de los hombres más ricos de EEUU...



Su Idaho natal quedó asociado para siempre al tubérculo universal, pero las plantas de procesamiento de J.R. Simplot, diseminadas por medio mundo, producían también carne de ternera, frutas, fertilizantes y otros productos químicos.
El curriculum de este hombre de negocios que nunca creyó en la suerte está trufado, cuanto menos, de varios momentos determinantes. En 1923, recién salido del cascarón de la granja de sus padres y con apenas 80 dólares en el bolsillo se topó con unos profesores a los que compró unos pagarés que empezaron de inmediato a generarle intereses. La locomotora Simplot se había puesto en marcha. Primero apostó por el cultivo de semillas de patatas certificadas, una modalidad innovadora que le posición definitivamente en el mercado. Años más tarde, en plena II Guerra Mundial, las patatas deshidratadas de Simplot aliviaron el hambre de los soldados estadounidenses, desfallecidos por las hostilidades en tierra europea.
Acabada la guerra, sus estudios sobre la congelación de alimentos dieron su fruto. Nacía oficialmente la pareja de baile preferida del cuarto de libra con queso: la patata frita congelada. Simplot alcanzó un suculento acuerdo con Ray Croc –fundador de McDonalds– para ser proveedor del gigante de las hamburguesas. Al mismo tiempo, los congeladores y las freidoras se popularizaron convirtiéndose en un electrodoméstico más. Y, sobre todo, comenzó a despertarse el amor –cada día más compulsivo– de la sociedad estadounidense por el fast food (comida rápida).
Todo ello contribuyó a impulsar a la compañía de Simplot que, sin embargo, no dejó de diversificar su próspero negocio en busca de otros apetitosos negocios. Así, el empresario se metió de lleno en el mundo de los chips; no precisamente de los que se comen. En los años 80, toda una nueva generación de empresarios necesitaban financiación para fabricar dispositivos de almacenamiento en aquellos primeros y gigantescos ordenadores personales. Simplot no tuvo dudas e invirtió hasta 20 millones de dólares en Micron Technology Inc., que se convertiría en uno de los principales productores de memorias DRAM. Las recetas de papas, pues, dieron paso al silicio, claramente menos saludable pero igual de sabroso en lo económico. O más. En 2006, la revista Forbes estimó su fortuna en 3.200 millones de dólares, lo que le situaba a él y a su familia entre las 100 más ricas de EEUU.
Habrá, sin embargo, quien asocie a Simplot con la eclosión de la comida basura y la creciente obesidad a la que parecen estar condenados muchos jóvenes norteamericanos. A pesar de ello, Simplot defendía la vida sana y rechazaba obsesivamente el tabaco y el alcohol, hasta el punto de prometer recompensas a sus empleados si éstos dejaban de fumar.
En 1999 le preguntaron por el secreto de su éxito. «Trabajar duro y construir, construir, construir », contestó. En otra ocasión se definió así: «Soy un hombre práctico, si algo no me hace ganar, no lo compro; no creo en trucos de magia».
Quizá así se entienda el sueño –genuinamente americano– del que J.R. nunca llegó a despertar.

J.R. Simplot, empresario de alimentación, nació en Dubuque (Idaho, EEUU) en 1909 y falleció en Boise (Idaho) el 25 de mayo de 2008.


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BERNARDO ÁLVAREZ DEL MANZANO
Un alto mando de acción

Uno de los oficiales más queridos del Ejército, el teniente general Bernardo Álvarez del Manzano, falleció ayer en Madrid. Era el primer comandante del Mando de Operaciones del Estado Mayor de la Defensa, órgano encargado de la conducción y el seguimiento de la actuación de las fuerzas españolas en el exterior.
En los últimos años, ocupó cargos de responsabilidad operativa en las Fuerzas Armadas. Destaca su experiencia en misiones internacionales. Primero estuvo con la Legión en el Sáhara y posteriormente, en Angola, participó en la primera misión española bajo mandato de la ONU. En Macedonia tuvo un papel destacado como comandante del contingente internacional, liderando la representación nacional en el Mando Aliado europeo.



El teniente general se enfocó también a la literatura. Hace poco más de dos meses y rodeado de compañeros y amigos, militares y civiles, presentó su novela titulada El diablo en los dados, inspirada en una nueva visión de los personajes bíblicos. En el acto de presentación se definió a Álvarez del Manzano como un verdadero «mariscal de campo», un aguerrido oficial que no ponía impedimentos a «arrastrase por el campo» si con ello daba ejemplo a sus subordinados.
Miembro fundador de la Asociación por la Paz, Álvarez del Manzano impulsó la democratización de las Fuerzas Armadas del Este de Europa, asesorando a los ministros de Defensa de Bulgaria, Rumanía o Albania. Posee además la medalla del Sáhara en zona de combate, 12 condecoraciones nacionales y seis extranjeras.
Montañero, boina verde y paracaidista, el cáncer de páncreas que padecía no le impidió seguir con su actividad. Según sus propias palabras, él quería «morir rodeado de sus soldados».

Bernardo Álvarez del Manzano, oficial del Ejército, nació en Zaragoza en 1945 y murió en Madrid el 23 de mayo de 2008.

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