04 agosto 2008

DINKO SAKIC
Carcelero del 'Auschwitz croata'

Dinko Sakic, fallecido el pasado lunes a los 86 años, nunca se arrepintió de los miles de asesinatos, vejaciones y torturas que orquestó como comandante del Auschwitz de los Balcanes, el mayor y más siniestro de cuantos campos de concentración nazi cubrieron suelo croata durante la II Guerra Mundial. En ese lugar, llamado campo de Jasenovac, murieron decenas de miles de personas (algunas estimaciones hablan de hasta 600.000 víctimas) entre serbios, judíos y gitanos. En varias ocasiones, el criminal de guerra confesó que volvería a repetir sus acciones y que su conciencia estaba muy tranquila: "Duermo como un bebé", aseguraba.
La historia de Sakic se entrecruza con la irrupción nazi en Yugoslavia en 1941 que daría el poder en Croacia al partido Ustashe, una organización nacionalista y pro-nazi que enseguida ordenó la detención, expulsión o asesinato de serbios, judíos y anti-fascistas croatas. El por entonces jovencísimo Dinko Sakic fue escalando en el organigrama del partido, a golpe de gestos de lealtad y entusiasmo respecto a las políticas del líder croata Ante Pavelic...



En 1944, Sakic se hizo cargo del campo de Jasenovac, al sureste de Croacia. Jasenovac era un conglomerado de instalaciones puestas al servicio de la aniquilación. Un verdadero infierno que el comandante nazi se encargó de mantener a llama viva durante el tiempo que le tocó dirigirlo. Los supervivientes de aquello recuerdan a Sakic mirando al horizonte a lomos de un caballo blanco, vistiendo un uniforme negro impoluto, calzando botas brillantes y portando con orgullo su inseparable látigo.
Pero si Sakic se distinguió por algo fue por ir más allá de la aburrida burocracia. Se remangó su aseada camisa y tomó partido en muchas de las ejecuciones disparando, por ejemplo, a varios prisioneros simplemente por el hecho de sonreír. Desgraciadamente, la sonrisa parecía estar prohibida en su campo, no así el sufrimiento y el martirio. Hombres, mujeres y niños eran asesinados por verdugos que empleaban martillos, hachas o cuchillos diseñados especialmente para cortar cuellos. Dinko Sakic ordenó ejecuciones, dejó morir de hambre o de agotamiento a los prisioneros, los torturó con sopletes; a otros los ahorcó y los dejó colgados durante días. Su brutalidad llegó a tal límite que impresionó a los imperturbables oficiales nazis que visitaban regularmente el campo de concentración.
Cincuenta años después de aquel genocidio, Sakic disfrutaba de una vida más que apacible en la localidad de Santa Teresita (Argentina). Como otros muchos oficiales nazis, el croata había huido a tierras sudamericanas poco antes de que el III Reich cayera en manos de los aliados. A miles de kilómetros de su localidad natal se había fraguado una carrera en el sector textil y apuraba, con sosiego, la última etapa de su vida. Se le podía ver de vez en cuando arreglando el jardín, o dando largo paseos con su esposa, también croata; y también nazi como él.
Incompresiblemente, durante más de medio siglo Sakic había sorteado a la razón sin ocultarse a sí mismo, a su mujer o a su oscuro pasado. Es más, había establecido alianzas con antiguos notables del fascismo en Argentina y Paraguay, entre ellos, el mismo Pavelic. Incluso, aprovechando los convulsos y confusos años posteriores a la independencia croata de Yugoslavia en 1991, Sakic alabó públicamente el régimen Ustashe y su labor durante la II Guerra Mundial.
Sin embargo, a finales de los 90, todo pareció ponerse en orden para que la justicia irrumpiera en la placentera vida del verdugo nazi. Sakic concedió gustoso una entrevista a una televisión argentina en la que, a medio camino entre la demencia y la vanidad, confesó su rol de comandante en Jasenovac, asegurando que todas las muertes que allí se produjeron habían sido debidas a causas naturales. La entrevista trascendió y el caso Sakic tuvo enormes implicaciones, hasta el punto de suponer una prueba de fuego para el presidente croata Franjo Tudjman que por entonces trataba de mantener un difícil equilibrio entre el hirviente nacionalismo (que coqueteaba con los antiguos pro-fascistas croatas) y la apertura del nuevo país a Occidente. Tudjman decidió finalmente pedir la extradición de Dinko Sakic que fue juzgado y condenado por crímenes contra la humanidad a 20 años de prisión, la máxima pena aplicable.
Se dice que al conocer el veredicto el croata aplaudió burlonamente, quien sabe si cautivo de una locura de la que nunca se llegaría a lamentar.

Dinko Sakic, comandante nazi, nació en Studenci (actual Bosnia) el 8 de septiembre de 1921 y falleció en Zagreb (Croacia) el 21 de julio de 2008.



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STAN WINSTON
El gurú de los efectos especiales

El universo de Stan Winston, maestro de los efectos especiales fallecido el domingo en su casa de Malibú a los 62 años, está habitado por todo tipo de criaturas de otras épocas y lugares. Hay dinosaurios hambrientos, capaces de perseguir hasta la extenuación a todos aquellos incautos que se atrevan a visitar su Parque Jurásico. Hay también un joven, sensible y enamoradizo, pero con dedos cortantes en forma de tijeras que le impiden acariciar a su amada. Se llama Eduardo Manostijeras. Con él también conviven androides de un futuro no muy lejano, los Terminator. Los hay forzudos e irrompibles, con gusto por las gafas de sol, las chupas de cuero y las motos de gran cilindrada. Pero los hay aún más siniestros, capaces de adoptar todo tipo de formas gracias al material semi-líquido del que están hechos. Por allí corretean también un oso de peluche de Inteligencia Artificial e incluso superhéroes de corazas llamativas como Iron Man. Pero, sin duda, las más malvadas de todas son unas criaturas con dobles mandíbulas, saliba corrosiva y aspecto amenazador conocidas como Aliens...



Todos estos inolvidables actores cobraron vida en algún momento bajo la dirección de ilustres de Hollywood como Steven Spielberg, James Cameron o Tim Burton. Con ellos colaboró Stan Winston en las últimas tres décadas, aportando innovación en cada película y dando muestras de sus dotes artísticas con los efectos especiales, visuales y de maquillaje. Winston evolucionó con el cine y viceversa, sobre todo viceversa. El cine se fue entendiendo de manera distinta a medida que Winston introducía en sociedad a sus nuevas criaturas. Así, muchas de las últimas y más aclamadas superproducciones se han nutrido de la creatividad de este maestro de los efectos que hacía verdaderas virguerías con sus marionetas mecanizadas, los Animatronics intérpretes de cartón-piedra dirigidos por control remoto–. De cómo estas marionetas llegaban a sorprender, enternecer y aterrorizar a los espectadores tenían la culpa, casi a partes iguales, la tecnología y la capacidad artística del propio Winston, que siempre daba una vuelta más de tuerca a sus criaturas para ofrecer a sus exigentes directores lo que el guión demandaba. De hecho, Winston siempre reconoció que su éxito no residía tanto en la técnica y los artificios como en las historias y personajes que había detrás.
Se graduó en Bellas Artes por la Universidad de Virginia y, aunque al principio se sintió atraído por la profesión de actor, sus primeras experiencias plásticas en los estudios Disney le despertaron el gusto por la animación y los efectos visuales.
En 2001, Winston obtuvo una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood. A lo largo de toda su carrera logró cuatro Oscar: tres bajo la dirección de James Cameron –uno por Alien, el octavo pasajero (1986) y otros dos por Terminator 2: El juicio final (1991)– y uno más por Parque Jurásico (1993) a las ordenes de Steven Spielberg. Éste, que reconocía la importancia que para su carrera tuvo la labor de Winston, recordaba que su mundo no podría haber sido el mismo sin Stan, para quien «nada era imposible».
En una industria cinematográfica que cada vez se apoya más en los efectos especiales, se puede afirmar que toda una generación de diseñadores visuales y especialistas en diseño animatrónico y maquillaje han crecido y aprendido al lado de Winston.
Es el legado de este artista, creador de un universo fantástico al que sólo el cine, y muy de vez en cuando, consiguió asomarse.

Stan Winston, especialista en efectos especiales, nació el 7 de abril de 1946 en Arlington (Virginia, EEUU) y falleció en Malibú (Los Ángeles) el 15 de junio de 2008.


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J. R. SIMPLOT
El rey Midas de las patatas congeladas

Patatas fritas, patatas moldeadas, patatas búfalo, patatas baby, puré especial de patatas... John Richard Simplot (o J.R. como se le conocía, no sin cierta sorna, en el mundillo empresarial) ofrecía a sus clientes casi tantas variedades de patatas congeladas como recetas de gambas conocía Bubba, el inagotable compañero de aventuras de Forrest Gump.
El dueño del mayor emporio de alimentos vegetales precocinados de Estados Unidos falleció por causas naturales a la edad de 99 años.
«Nunca fue tan fácil ofrecer a nuestros clientes el sabor casero que tanto ansiaban. Empleamos patatas de altísima calidad que pelamos y cocemos. Sólo hay que calentar y servir, así de práctico», se promete al cliente en el envoltorio de las Classic Mashed Potatoes. Ese sentido práctico del que impregnó a sus productos es precisamente la característica que mejor define la personalidad empresarial de Simplot y, probablemente, la mejor forma de explicar cómo un imberbe que a los 14 años dejó la escuela se convirtió años después en uno de los hombres más ricos de EEUU...



Su Idaho natal quedó asociado para siempre al tubérculo universal, pero las plantas de procesamiento de J.R. Simplot, diseminadas por medio mundo, producían también carne de ternera, frutas, fertilizantes y otros productos químicos.
El curriculum de este hombre de negocios que nunca creyó en la suerte está trufado, cuanto menos, de varios momentos determinantes. En 1923, recién salido del cascarón de la granja de sus padres y con apenas 80 dólares en el bolsillo se topó con unos profesores a los que compró unos pagarés que empezaron de inmediato a generarle intereses. La locomotora Simplot se había puesto en marcha. Primero apostó por el cultivo de semillas de patatas certificadas, una modalidad innovadora que le posición definitivamente en el mercado. Años más tarde, en plena II Guerra Mundial, las patatas deshidratadas de Simplot aliviaron el hambre de los soldados estadounidenses, desfallecidos por las hostilidades en tierra europea.
Acabada la guerra, sus estudios sobre la congelación de alimentos dieron su fruto. Nacía oficialmente la pareja de baile preferida del cuarto de libra con queso: la patata frita congelada. Simplot alcanzó un suculento acuerdo con Ray Croc –fundador de McDonalds– para ser proveedor del gigante de las hamburguesas. Al mismo tiempo, los congeladores y las freidoras se popularizaron convirtiéndose en un electrodoméstico más. Y, sobre todo, comenzó a despertarse el amor –cada día más compulsivo– de la sociedad estadounidense por el fast food (comida rápida).
Todo ello contribuyó a impulsar a la compañía de Simplot que, sin embargo, no dejó de diversificar su próspero negocio en busca de otros apetitosos negocios. Así, el empresario se metió de lleno en el mundo de los chips; no precisamente de los que se comen. En los años 80, toda una nueva generación de empresarios necesitaban financiación para fabricar dispositivos de almacenamiento en aquellos primeros y gigantescos ordenadores personales. Simplot no tuvo dudas e invirtió hasta 20 millones de dólares en Micron Technology Inc., que se convertiría en uno de los principales productores de memorias DRAM. Las recetas de papas, pues, dieron paso al silicio, claramente menos saludable pero igual de sabroso en lo económico. O más. En 2006, la revista Forbes estimó su fortuna en 3.200 millones de dólares, lo que le situaba a él y a su familia entre las 100 más ricas de EEUU.
Habrá, sin embargo, quien asocie a Simplot con la eclosión de la comida basura y la creciente obesidad a la que parecen estar condenados muchos jóvenes norteamericanos. A pesar de ello, Simplot defendía la vida sana y rechazaba obsesivamente el tabaco y el alcohol, hasta el punto de prometer recompensas a sus empleados si éstos dejaban de fumar.
En 1999 le preguntaron por el secreto de su éxito. «Trabajar duro y construir, construir, construir », contestó. En otra ocasión se definió así: «Soy un hombre práctico, si algo no me hace ganar, no lo compro; no creo en trucos de magia».
Quizá así se entienda el sueño –genuinamente americano– del que J.R. nunca llegó a despertar.

J.R. Simplot, empresario de alimentación, nació en Dubuque (Idaho, EEUU) en 1909 y falleció en Boise (Idaho) el 25 de mayo de 2008.


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BERNARDO ÁLVAREZ DEL MANZANO
Un alto mando de acción

Uno de los oficiales más queridos del Ejército, el teniente general Bernardo Álvarez del Manzano, falleció ayer en Madrid. Era el primer comandante del Mando de Operaciones del Estado Mayor de la Defensa, órgano encargado de la conducción y el seguimiento de la actuación de las fuerzas españolas en el exterior.
En los últimos años, ocupó cargos de responsabilidad operativa en las Fuerzas Armadas. Destaca su experiencia en misiones internacionales. Primero estuvo con la Legión en el Sáhara y posteriormente, en Angola, participó en la primera misión española bajo mandato de la ONU. En Macedonia tuvo un papel destacado como comandante del contingente internacional, liderando la representación nacional en el Mando Aliado europeo.



El teniente general se enfocó también a la literatura. Hace poco más de dos meses y rodeado de compañeros y amigos, militares y civiles, presentó su novela titulada El diablo en los dados, inspirada en una nueva visión de los personajes bíblicos. En el acto de presentación se definió a Álvarez del Manzano como un verdadero «mariscal de campo», un aguerrido oficial que no ponía impedimentos a «arrastrase por el campo» si con ello daba ejemplo a sus subordinados.
Miembro fundador de la Asociación por la Paz, Álvarez del Manzano impulsó la democratización de las Fuerzas Armadas del Este de Europa, asesorando a los ministros de Defensa de Bulgaria, Rumanía o Albania. Posee además la medalla del Sáhara en zona de combate, 12 condecoraciones nacionales y seis extranjeras.
Montañero, boina verde y paracaidista, el cáncer de páncreas que padecía no le impidió seguir con su actividad. Según sus propias palabras, él quería «morir rodeado de sus soldados».

Bernardo Álvarez del Manzano, oficial del Ejército, nació en Zaragoza en 1945 y murió en Madrid el 23 de mayo de 2008.

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29 julio 2008

IRENA SENDLER
La 'Schindler' de los niños polacos

En 1942, el siniestro gueto de Varsovia (Polonia) consumía lentamente la vida de 450.000 judíos. De aquellas tinieblas surgió una luz llamada Irena Sendler que, a base de coraje e ingenio, rescató de una muerte segura a 2.500 niños.
La historia de esta mujer polaca guarda ciertas semejanzas con las del archiconocido Oscar Schindler, pero su drama es, si cabe, más cruel, más heroico y, sorprendentemente, mucho menos conocido. De hecho, el legado de Sendler, fallecida ayer en Varsovia a la edad de 98 años, estuvo a punto de ser poco más que un emotivo recuerdo en la memoria de aquellos pequeños a los que liberó si no llega a ser por el trabajo y la insistencia de los alumnos de un instituto de Kansas (EEUU). El férreo comunismo polaco, que acalló cualquier reconocimiento a la resistencia popular, unido a la discreción innata de Sendler mantuvieron su hazaña casi en el anonimato...



La investigación de aquellos estudiantes acabó en 1999 en la habitación de un asilo del centro de Varsovia. Allí encontraron a una anciana de mirada dulce y formas tranquilas. A los achaques propios de la edad se sumaban las secuelas por las torturas que sufrió durante su cautiverio en la prisión de Pawiak. Los torturadores le sometieron a interrogatorios extremos, le rompieron los pies y las piernas, pero nunca consiguieron que confesara dónde estaban los niños judíos a los que había sacado de aquel infierno.
La activista polaca –conocida con el nombre clave de Jolanta– supo desde muy pequeña que su deber era ayudar a quien lo necesitara, algo que le venía de familia. Su padre, médico rural, murió tratando de salvar la vida de cientos de enfermos –judíos en su mayoría– afectados por una epidemia de tifus que finalmente se le llevó por delante. Irena tampoco dudó en dedicar su vida a ayudar a ancianos, pobres o enfermos. Desde el Ayuntamento de Varsovia participó en proyectos sociales pero, tras la invasión alemana en 1939, acrecentó su labor ayudando en comedores y tratando de mejorar la situación de las numerosas familias judías que comenzaban ya a sentir el aliento nazi.
En 1940, todos los judíos que aún resistían fueron condenados a vivir en las 16 manzanas que conformaban el gueto de Varsovia. Entre ellos, muchos niños. Sendler se las ingenió para conseguir un salvoconducto que le permitía acceder al gueto como miembro del Departamento de Control Epidemiológico. Desde allí, puso en marcha su plan. Comenzó liberando a los niños huérfanos y continuó con aquellos a los que debía separar de los brazos de sus mayores, destinados a una muerte segura. En una reciente entrevista en el Magazine de EL MUNDO, Sendler recordaba con angustia cómo era arrinconada por unos padres que, desesperados, pedían a la heroína que les asegurase que sus hijos sobrevivirían y tendrían un buen hogar.
La paulatina evacuación resultó ser tan arriesgada como exitosa. Los niños eran escondidos en ataúdes o maletas, ocultos entre restos de basura o guiados por las cloacas. Los más pequeños incluso tenían que ser sedados para evitar llamar la atención de los soldados del III Reich. Así, entre llantos infantiles, pasadizos secretos y angustiosos controles de la Gestapo transcurría la vida de la Irena. Nada detuvo a la polaca, ni siquiera cuando en 1943 fue arrestada y condenada a muerte. La gratitud de un carcelero al que la resistencia había sobornado permitió a Sendler darse a la fuga.
Según iban siendo liberados, los niños disponían de una nueva identidad (católica) y eran enseguida enviados a monasterios o conventos donde permanecían ocultos con la esperanza de reencontrarse algún día con sus padres.
Los nombres y paraderos de esta particular lista de Sendler eran cuidadosamente apuntados en trozos de papel, ocultos en botes de conserva y enterrados bajo un manzano del jardín de uno de los contactos clandestinos de la red de mujeres que cooperaban con Irena. Uno a uno, hasta llegar a 2.500 secretos, 2.500 semillas que esperaron al final de la guerra para poder florecer. Acabado el conflicto, Sendler se preocupó de reconstruir las vidas de todos aquellas víctimas, la mayoría huérfanas, pero infinitamente agradecidas al esfuerzo y valentía de una heroína de enorme bondad.
Nominada en 2007 para el Nobel de la Paz, que finalmente cayó en manos de Al Gore, en sus últimos años recibió parte del reconocimiento que se merecía, y murió rodeada por la ternura, el cariño y la admiración de aquellos niños judíos a los que un rayo de luz iluminó en medio de la oscuridad.

Irena Sendler, miembro de la resistencia polaca, nació en Otwock (Polonia) el 15 de febrero de 1910 y falleció en Varsovia el 12 de mayo de 2008.


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MILDRED LOVING
Abanderada del amor en 'blanco y negro'

Cuando a la edad de 11 años Mildred Loving correteaba por los inmensos campos de tabaco de Central Point (Virginia, EEUU), no podía imaginarse que su vida estaría abocada a defender su derecho a casarse con el hombre a quien quería. Mildred era negra y Richard, el chico tímido y de pocas palabras con el que compartiría gran parte de su vida, era blanco, circunstancia que representaba un serio problema para hacer planes de futuro en los EEUU infectados por la segregación racial de los años 50.
Mildred Loving, que falleció el pasado viernes a los 68 años de edad, logró en 1967 que se derogara la prohibición aún existente en 16 estados norteamericanos de matrimonios entre personas de distintas razas...



Como cualquier otra pareja de la época, la relación entre Mildred Jeter (apellido de soltera) y Richard P. Loving se fue cocinando a fuego lento, superando poco a poco barreras familiares y sociales. Sin duda, un buen entrenamiento para lo que deberían afrontar más tarde. Con 18 años, cuando Mildred se quedó embarazada, la pareja decidió desplazarse aWashington para casarse. No se trataba de un viaje de placer para conocer la capital de EEUU. La elección de esta ciudad se debió a que era uno de los lugares en los que su matrimonio era posible. Años más tarde, cuando su caso estaba en boca de todos, Mildred argumentaría así lo evidente: «Estábamos enamorados y queríamos casarnos; la Ley debería permitir que cualquier persona se pudiera casar con quién quisiera».
Días después de la boda, ya en Virginia, el shérif del condado acompañado por dos ayudantes irrumpió literalmente en la habitación de los recién casados para arrestarles. Alguien que nunca se llegó a identificar había denunciado a la pareja. Fueron juzgados y condenados por «cohabitar como marido y mujer, contra la paz y la dignidad de la comunidad». A efectos prácticos, la sentencia no les dejaba más opción que abandonar Virginia impidiéndoles volver juntos a ese Estado en un plazo de 25 años, o bien sufrir pena de cárcel. El matrimonio se vio forzado a ale jarse de sus familiares y sus amigos e irse definitivamente a vivir a Washington.
Comenzó a partir de ese momento la lucha en favor del amor interracial y contra las trabas legales de EEUU, abanderada fundamentalmente por aquella novia coraje. Durante casi 10 años, los Loving intentaron seguir con su vida, realizando diferentes viajes –siempre por separado– a su localidad natal. Inspirada e impulsada por el movimiento emergente en favor de los derechos civiles y en contra de la segregación racial, Mildred no se rindió nunca. Tras varios años de apelaciones en los tribunales, en los que Loving llegó a contar con la colaboración de un joven fiscal general llamado Robert F. Kennedy, el caso llegó al Tribunal Supremo, que reconoció en 1967 su derecho a vivir libremente casada con un hombre blanco en su lugar de nacimiento y abolió por unanimidad los últimos vestigios segregacionistas que permanecían vigentes en las leyes estadounidenses.
La felicidad, sin embargo, fue efímera para esta pareja que, entre juicio y juicio, había tenido tiempo para ir ampliando una familia que contaba ya con tres hijos: Donald, Peggy y Sindney. Richard P. Loving murió en 1975 en un accidente de tráfico en el que también resultó herida su esposa. Mildred también sobrevivió a la muerte de su hijo Donald en el año 2000.
Probablemente, esta mujer debía su espíritu indomable a sus raíces indias, de las que siempre presumió. De hecho, su padre tenía ascendencia cherokee y su madre portaba sangre rappahannock, una tribu indígena que da nombre al río que atraviesa el Estado de Virginia.
Cada 12 de Junio se celebra el Loving Day, en el que se conmemora el fallo judicial que propició el amor en blanco y negro. El año pasado, al cumplirse el 40 aniversario de esta decisión, Mildred, fiel a su estilo, reclamaba ya el amor en colores, en favor del matrimonio entre gays y lesbianas.

Mildred Loving, activista contra la segregación racial, nació en 1939 en Central Point (Virginia, EEUU) ciudad donde falleció el 2 de mayo de 2008.


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CARLOS CRISTOS
El médico que divulgó su lucha por vivir

Al preestreno del largometraje Las alas de la vida su protagonista no acudió envuelto por el lujo y la pompa característicos de este tipo de eventos. Los amigos y familiares que allí esperaban a Carlos Cristos le vieron llegar agotado, extenuado por un largo viaje que le había llevado desde Palma hasta Vigo, su ciudad natal. La grave enfermedad neurodegenerativa que padecía convertía en una proeza cualquier pequeño esfuerzo que tuviera que afrontar. Sin embargo, allí estaba Cristos, lúcido, sereno y sin perder esa eterna sonrisa que le acompañó hasta su muerte el pasado 26 de abril. Tenía 51 años.
Hacía ocho años que le habían detectado los primeros síntomas de la atrofia sistémica múltiple (ASM) que padecía, una enfermedad irreversible y mortal....



Tan rara que sólo hay diagnosticados 800 casos en todo el mundo. «Fui consciente de lo que me había tocado cuando lo leí en el libro gordo de medicina que suelo usar», recordaba Cristos en una entrevista.
El hecho de ser médico de profesión y conocer lo grave de la situación que se le venía encima no le desanimó. Eligió la lucha al abandono, la sonrisa a la depresión, y el vigués se enfrentó a su enfermedad con valentía, perseverancia e ingenio. De hecho, sus conocimientos científicos y sus dotes creativas le llevaron a diseñar diversos artilugios que hicieron más llevadera la vida a las personas que sufrían su mismo padecimiento. A través de internet, el médico se convirtió en consejero científico y casi espiritual para los enfermos de ASM en todo el mundo.
De la lucha y de la dignidad con la que Carlos Cristos recorrió el camino hacia la muerte da testimonio la película documental Las alas de la vida, dirigida por Toni Canet y que recientemente emitió TVE. Una narración que, huyendo de la lágrima fácil, presenta a través de las vivencias y las reflexiones de Cristos un verdadero canto a la vida y a la esperanza. Tres largos años de rodaje en los que el director no grabó más que «sinceridad, transparencia y dignidad», como explicó el mismo Canet durante la presentación del documental. Cristos prometía al espectador que iba a hablar de «la vida y de la muerte con una sonrisa» dando ejemplo, con serenidad e ironía, de cómo afrontó su particular drama.
Carlos Cristos dedicó gran parte de su vida a la medicina. Y lo hizo de manera apasionada y solidaria, ejerciendo como médico de familia, acudiendo como voluntario a Ruanda o divulgando su visión humanista de la sanidad a través de la ondas en un espacio de salud de RNE. Cristos también era miembro de honor de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria (semFYC).
El vigués era un hombre especialmente activo, por tierra, mar y aire. Era aficionado al vuelo sin motor, amante de la montaña y patrón de vela. Pero reservaba tiempo para su otra gran pasión: la música. Carlos formó parte de grupos de folklore popular gallego, compuso varias piezas –una de ellas, Chegando a mil, se convirtió en el leitmotif de la banda sonora del mencionado documental– y se especializó en recuperar instrumentos musicales tradicionales. En su irresistible afán solidario, llegó incluso a idear un mecanismo para extraer el petróleo del Prestige.
A ninguna de estas actividades renunció Carlos Cristos mientras sus fuerzas se lo permitieron. Su vida y su muerte representan un ejemplo de coraje y dignidad. Quien mejor lo supo expresar fue él mismo: «No importa que la leña se consuma si al arder da buen fuego».

Carlos Cristos, médico y divulgador científico, nació en Vigo en 1957 y murió en Sa Cabaneta (Mallorca) el 26 de abril de 2008.

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LEOPOLDO DURÁN
El sacerdote amigo de Graham Greene

«La pluma mágica de Greene otorga a un relato prosaico y cruel el suspense ascendente de una tragedia». Así describía el padre Leopoldo Durán uno de los pasajes de Yo acuso, obra de su gran amigo Graham Greene. Analizar la obra del inglés era un ejercicio sencillo para Durán, que conocía al genial escritor en cuerpo (desde su primer encuentro en un hotel londinense allá por 1972), pero sobre todo en alma, tras años estudiando la obra del inglés, siendo testigo directo de muchas de ellas y, sobre todo, compartiendo largos veranos de aventuras y confidencias.
Leopoldo Durán falleció el 10 de abril a la edad de 90 años en su Vigo natal. En 1943 se ordenó sacerdote en Astorga, y se doctoró en Teología por el Angelicum de Roma. También era doctor en Literatura Inglesa por el King’s College de Londres y doctor en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense de Madrid, donde obtuvo el premio extraordinario de doctorado...



Durán, que estableció su residencia en Inglaterra, dedicó muchos años a estudiar en profundidad la obra de Greene y cómo ésta reflejaba la particular relación del escritor con la Fe. Hubo una ocasión en que el profesor Norman Sherry, biógrafo oficial de Greene, le preguntó directamente a éste si era católico, a lo que el novelista respondió: «Bien, profesor Sherry, me pregunta usted si soy católico, a lo que tengo que responder que, probablemente, no». Diez años después, Greene confesaba nuevamente a su biógrafo: «Espero estar obsesionado con Dios, quiero estar obsesionado por Dios». Es más que probable que el gran responsable de la agitación católica de Graham Greene fuera el padre Durán.
Antes de conocer personalmente al escritor nacido en Berkhampstead (Hertfordshire, Gran Bretaña), Leopoldo Durán había estado trabajando en su tesis doctoral, en la cual estudiaba el perfil teológico de los sacerdotes que aparecían en las novelas de Graham Greene. El interés que suscitó en Graham Greene el acertado análisis de Durán, facilitó el encuentro y la química inicial entre ambos. «Nuestra primera conversación duró seis horas y se podía decir que nos enamoramos el uno del otro hasta la muerte, porque realmente estuve a su lado hasta la última hora de su vida, como él me pidió», recordaba el cura vigués.
De la influencia mutua entre un sacerdote y un «católico agnóstico » –como se autodefinió Greene a la sazón– dejó constancia Durán cuando, en 1994, publicó Graham Greene, amigo y hermano, obra en la que recoge la parte más íntima y desconocida del escritor inglés; ésa que sólo se descubre compartiendo aventuras y confidencias, sobre todo cuando eran regadas por los buenos vinos que a ambos les apasionaba degustar. En tierras gallegas, manchegas o extremeñas, Greene y Durán, Duran y Greene, al más puro estilo de un moderno Don Quijote y su fiel escudero –quién asumió el papel de quién es todavía una incógnita sin desvelar–, encontraban el mejor ambiente para sus interminables charlas acerca de teología, política y literatura. «Cuando viajábamos a España, acostado debajo de un árbol, Graham Greene se sentía más feliz que en el mejor hotel de Nueva York», confesaba el gallego.
En uno de aquellos viajes, alojados en la Posada de Guadalupe (Extremadura), se pudo ver a Leopoldo Durán, en pijama y con el cepillo de dientes en la mano, llamando a la habitación de Greene. Cuando el inglés abrió la puerta y vio al padre Durán de esa guisa preguntó sorprendido: «Leopoldo, ¿qué ocurre, es que no hay agua en tu habitación?», a lo que Durán, muy tranquilo, respondió: «Por supuesto que hay agua y lavabo, lo que no hay es nadie con quien conversar». Así se iba tejiendo una larga amistad que sólo acabaría con la muerte del novelista en 1991 y que inspiró una de las mejores obras de Greene: Monseñor Quixote, dedicada, precisamente, al sacerdote gallego.
Compartiendo su afición por los libros, ambos pretendieron constituir en la localidad gallega de Oseira la biblioteca Graham Greene. Aunque finalmente no pudieron ver cumplido su sueño literario, consiguieron reunir un cuantioso material escrito en diferentes idiomas. Ahora se plantea qué ocurrirá con la biblioteca personal de Leopoldo Durán, teniendo en cuenta además una de las confesiones del orensano, que aseguraba tener guardado a buen recaudo un texto inédito del autor de obras como El tercer hombre, El americano impasible o Nuestro hombre en la Habana, en el que dejó escritos poemas, pensamientos y reflexiones. Si lo hubo, nunca lo dio a conocer, celoso de los secretos de su compañero de viaje.
En sus últimos años, Durán compartió esas andanzas veraniegas con clases y seminarios de Literatura, Teología, Filosofía y Literatura Inglesa en la Universidad Complutense de Madrid.
Entre sus obras más importantes figuran, además de su tesis doctoral sobre el tratamiento del sacerdocio en la obra de su amigo inglés, otras publicaciones relacionadas como Estudio sobre ‘El poder y la gloria’ (1981), Los médicos y Graham Greene (1998) y la ya mencionada Graham Greene, amigo y hermano (1994). Además, publicó numerosos ensayos, artículos periodísticos y ofreció múltiples conferencias.
El padre Durán, perteneciente a una familia humilde de cuatro hermanos, destacó por su fuertes convicciones religiosas –ingresó en un seminario con 14 años– que hizo compatibles con su amor a la literatura y, en particular, a aquellas confidencias estivales con Graham Greene.

Leopoldo Durán, sacerdote y escritor, nació en 1917 en Penedo de Avión (Orense) y falleció en Vigo el 10 de abril de 2008.


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28 julio 2008

ABDELATIF ABU HEIF
El David Meca de los años 50

Hace más de 50 años, no existían trajes de baño aerodinámicos, tejidos anti-rozamiento o estudios sobre la dinámica de fluidos, pero las olas del Canal de la Mancha eran igual de amenazantes. Por aquel entonces ya había intrépidos nadadores que se atrevían con cualquier mar, lago o río que se les pusiera por delante.
De todos ellos, el más grande fue el egipcio Abdelatif Abu Heif. El Cocodrilo del Nilo, como era conocido, falleció el pasado 22 de abril a la edad de 79 años a consecuencia de un cáncer.
Atleta, y de los buenos, debía de ser Heif para surcar los 41 kilómetros de oleaje que separan Dover de Calais en 13 horas y 45 minutos; marca que logró la tercera y última vez que cruzó el Canal de la Mancha. Ese día, fue el único competidor que consiguió llegar a la orilla...



Siendo el décimo de 12 hermanos, el Cocodrilo del Nilo aprendió a nadar en mar abierto casi por necesidad, como una manera de desahogarse de las estrecheces cotidianas. Con 10 años, Heif ganó su primer campeonato escolar. Los entrenadores acababan de descubrir todo un portento de resistencia al agua y un verdadero apasionado del medio acuático. Esa combinación de virtudes le llevaría durante las siguientes tres décadas a competir por medio mundo, desde Capri hasta el Lago Michigan. En total, el nadador egipcio participó en 68 campeonatos y se proclamó campeón mundial de natación de larga distancia en cinco ocasiones.
En uno de aquellos retos, un ya veterano Heif se enfrentó en el Lago de Ontario (Canadá) a Harry William –apodado el Holandés volador –, que en aquellos momentos era el gallito de los mares. Heif se impuso tan claramente, que los diarios franceses de la época titularon: «William se topa con El Maestro».
En 1966, el Cocodrilo del Nilo meditaba colgar para siempre su bañador. Tal fue la conmoción que supuso la posible retirada del nadador, que el mismo presidente egipcio, Gamal Nasser, le pidió que siguiera representando a su país en las competiciones internacionales. Abu Heif se siguió exprimiendo hasta los 45 años, cuando participó en su última carrera: 250 kilómetros a lo largo del Río de la Plata (Argentina). Tardó 60 horas. Y ganó.
Las hazañas y la figura de Heif tampoco escaparon a las leyendas populares. De él se dijo que tenía una capacidad pulmonar que duplicaba lo habitual, o que su sangre fue analizada por científicos americanos para determinar cómo podía soportar tan bajas temperaturas durante tanto tiempo. Pero más allá de esa dimensión sobrehumana que algunos quisieron atribuirle, Heif destacó por su no menos importante condición humana. Entre otras meritorias acciones, el atleta donó uno de sus premios por atravesar el Canal –unos 1.200 euros de la época, lo que era toda una fortuna– a la familia (mujer y siete hijos) de un nadador que murió ahogado en su intento de cruzarlo.
En 2001, Heif fue proclamado unánimemente como el mejor nadador de larga distancia del siglo XX por la Federación Internacional de Natación. Ya en sus últimos años, sus constantes achaques de salud no le apartaron del agua. Era habitual verle nadar, al abrigo y el reposo de la piscina, enseñando a los jóvenes cocodrilos los secretos del mar.

Abdelatif Abu Heif, nadador de larga distancia, nació el 30 de enero de 1929 en Alejandría (Egipto) y murió el 22 de abril en El Cairo.

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MARVIN SYLVOR
El hombre que susurraba a los caballitos

La felicidad es un viaje de 360 grados a lomos de un caballito. Algo parecido debía de pensar Marvin Sylvor cuando observaba la sonrisa de los miles de niños que disfrutaron creyéndose valientes cowboys al galope sobre sus fieras de cartón piedra. El pasado viernes, el hombre que resucitó al tiovivo, falleció a los 75 años a causa de un fallo renal.
Bien mirados, no eran tan fieros los corceles como los pintaba –literalmente– Sylvor, que dotó a sus carruseles de un estilo muy peculiar. Las crines al viento, los colores pastel y las grupas doradas daban vueltas y vueltas bajo eternos cielos azules y nubes de algodón. Y allí, envueltos en ese universo tan especial, los niños y sus mayores se dejaban llevar, como hipnotizados, por los sonidos y el vaivén del carrusel.



Marvin Sylvor popularizó y difundió los tiovivos a escala mundial. Desde Sao Paulo hasta Singapur, fueron muchos los lugares que importaron sus carruseles y, sobre todo, las emociones que estos acarreaban que, curiosamente, eran idénticas en todos los lugares del mundo: «Allí donde instalamos un carrusel, la reacción siempre es la misma», aseguraba el diseñador de caballitos. «Es igual que sea en China o en Arabia Saudí, los niños vienen corriendo y se divierten. Ellos lo aman».
El artista estadounidense consiguió revivir esta atracción, que conoció sus mejores momentos durante los años que transcurrieron entre finales del siglo XIX y la Gran Depresión. El particular zoológico de fibra de vidrio que regentaba Sylvor no sólo estaba habitado por caballos. Ranas, jirafas o delfines convivían en una colección de más de 100 tipos distintos de animales que daban vida a sus artísticos tiovivos.
La pasión de Marvin Sylvor por el mundo de los caballitos surgió a raíz de una frustración infantil. Como otros niños de su época, quedaba atrapado por la música y la vistosidad de los caballitos de posguerra. Cada verano, soñaba con subirse al mismo carrusel, pero su padre, siempre con prisas por llegar a la playa, nunca dejó al pequeño Marvin cabalgar a sus anchas. Aquellos llantos infantiles se fueron apagando, pero el sentimiento artístico surgió donde más difícil era de prever: en la mili. Allí, su afición por decorar los bastones de mando de los tenientes no sólo le libró de pelar patatas o limpiar letrinas, sino que le permitió abrirse camino por el mundo de la decoración y el arte.
Antes de meterse de lleno en el diseño de los carruseles, Marvin Sylvor fundó la empresa Fabricon Carousel Company, que tuvo la importante labor, entre otros encargos, de decorar el pabellón del Vaticano en la Exposición Universal de 1964, celebrada en Nueva York.
Como fabricante de carruseles, Sylvor instaló sus obras en numerosos parques y centros de ocio, sobre todo en Nueva York. Uno de sus tiovivos más prestigiosos –llamado Le Carrousel e instalado en el corazón del parque Bryant, en Manhattan– cuenta con una fauna muy amplia. Diez caballos, una rana, un ciervo, un gato y un conejo corretean en círculo alrededor de un bosquecillo de flores y guirnaldas, muy al estilo francés. Cada carrusel es único y se inspira en una temática diseñada para agradar a sus pequeños clientes. Los hay de todos los gustos y tamaños, por ejemplo, el tiovivo del parque Riverfront (Nashville) mide 18 metros de diámetro y tiene una capacidad para 70 personas.
«Los carruseles tocan alguna parte de nuestro alma, nos hacen sonreír», pensaba el artista. Seguro que sus nietos piensan lo mismo.

Marvin Sylvor, diseñador de carruseles, nació en Nueva York (EEUU) en 1933 y murió en Miami el 10 de abril de 2008.


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WAYNE FROST
El pionero del breakdance

Wayne Frost, inspirador del estilo de baile conocido como breakdance, murió el pasado jueves en Manhattan. Tenía sólo 44 años. La influencia de este singular baile ha llegado hasta nuestros días. Más concretamente, llegará al festival de Eurovisión de la mano del popular Rodolfo Chikilicuatre, que dedica la primera parte de su repetitivo estribillo al breakdance; «brikindans» según él. Frost, conocido como Frosty Freeze cuando se ponía a bailar, fue uno de legendarios del hip-hop –movimiento que, además del breakdance, incluye el arte del graffiti o el rap–...



Perteneció a la generación que popularizó y convirtió esta subcultura eminentemente urbana en una de las más influyentes en la música, el baile y la forma de vida de miles de personas a lo largo de todo el mundo.
Durante su vida como artista, participó junto a su grupo –llamado Rock Stady Crew– en varios largometrajes sobre la cultura hip-hop, entre ellos Style Wars, Wild Style o Beat Street. Rock Stady Crew logró unir a nombres míticos del breakdance tales como Ken Swift o Crazy Legs.
Frost empezó a llamar la atención en 1981, cuando una foto suya en la que se le veía haciendo una de sus cabriolas abrió la portada del semanario neoyorquino The Village Voice con un artículo titulado: Physical Graffiti: Breaking is hard to do. En aquella época, su extraña forma de interpretar los ritmos no pasaba desapercibida. De él se escribía por entonces: «Frosty es bien conocido en el mundo del breakdance, un tipo de baile que preocupa en las discotecas y clubs de Nueva York. Es un tipo delgado, ágil y luce perilla. Si hubiese nacido dos generaciones antes, podría haber sido el rey del boogie-woogie, o un virtuoso del jitterburg [una especie de baile nervioso]».
Fue en 1983 cuando su corta pero impactante aparición junto a Jennifer Beals en la película Flashdance le dio a conocer internacionalmente. Jorge Pabon, compañero de bailes de Frosty y más conocido como Pop Master Fabel, declaró tras conocer su muerte: «No era sólo un fantástico bailarín, sino el mismo demonio. Sus movimientos eran ágiles y arriesgados. Tenía su propio estilo que hizo de él alguien único».
Dentro del mundillo hiphopero, Wayne Frost era conocido por su original coreografía, valiente y agresiva. El breakdance, uno de los pilares de la cultura hip-hop, surgió en las sombras de los barrios del Bronx y Harlem, allá por los años 70. Se dice que los b-boys –aquellos que bailan breakdance– imitaban los movimientos del mítico James Brown y del por entonces popular Bruce Lee. Lo interpretaban y lo adornaban hasta casi romperse los hombros, las caderas y las rodillas. No en vano, uno de los pasos que él mismo creó se bautizó con el nombre de El Suicida. El breakdance posee una terminología propia para definir la gran cantidad de escorzos que los bailarines pueden realizar. Por ejemplo, un baile acaba con un freeze, elemento al que precisamente Frost debe su apodo. Frosty Freeze recorrió el mundo junto a su grupo y a diferentes artistas de hip-hop. En 2004, él y otros miembros de su banda, con 30 años de historia a sus desencajadas espaldas, recibieron el premio honorífico de la cadena de televisión VH1.
Toda su vida estuvo unido a la Gran Manzana, y no dejó nunca de ser un b-boy, participando regularmente en numerosos eventos. A principios de 2008 ya no pudo más. La larga enfermedad que padecía hizo lentos unos pies que antes se movían a la velocidad del sonido y volvió torpe un cuerpo que llegó a girar más rápido que las peonzas.

Wayne Frost, precursor del breakdance, nació el 8 de diciembre de 1963 en Nueva York (EEUU), ciudad dónde murió el 3 de abril de 2008.

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